Jill McDevitt, de 27 años, está bien educada y goza de renombre en su campo, pero está abrumada por una deuda estudiantil de US$150.000.
Ella vive con su pareja en los suburbios de Filadelfia, en un piso de 74 metros cuadrados sin lavadora. «Tengo un doctorado y lavo mi ropa en la lavandería», dice.
McDevitt tiene una carrera que le encanta – da conferencias, escribe y habla sobre la sexualidad humana – pero como no recibió ninguna ayuda financiera pidió préstamos privados para pagar sus estudios, lo que le deja una deuda mensual de US$1.600.
Simplemente no puedo pagar esa cantidad, dice. Luego de haber intentado negociar con varios prestamistas, está perdiendo las ganas de luchar.